Nunca fui de disfrutar quedarme a dormir en la casa de nadie cuando era niña. Es más, lo evitaba al máximo y hasta tenía una clave secreta acordada con mi mamá para que diera un NO rotundo cuando alguna amiga mía le pedía permiso para que yo me quedara a dormir en su casa.
“Si mi mami no me deja, ni modo”, les decía yo.
A los ocho o nueve años, muchas de mis amigas disfrutaban quedarse a dormir en otras casas. Yo no, aunque no lo confesaba por miedo a quedar en ridículo. ¿Una niña de casi diez años con mamitis?
La mamitis (y papitis) es un sentimiento que en lo personal nunca he dejado de sentir y no me avergüenzo de ello. Hoy ya que soy una adulta hecha y derecha, con hijos y marido, aún me da ese nudo en el estómago, muy parecido al que sentía jugando en la casa de una amiga cuando llegaban las seis de la tarde: esa hora azul de penumbra entre el día y la noche llena de una nostalgia extraña que sólo se curaba en mi casa y abrazada a mis papás.
Soy mamá, y muchas veces (casi siempre) necesito a mi mamá. Vivir en estos años de adultez lejos de ella y de mi papá –mis hermanas y mi divina sobrina- me han agudizado ese sentimiento de mamitis.
La siento muchas veces al final del día, mientras baño a mis hijos o estamos afuera en el patio o en la playa viendo el atardecer. Hay algo con la caída del sol, y su salida, que me hacen querer hacerme un ovillo y acurrucarme al lado de mi mamá, cerrar los ojos y tener la seguridad de que estando con ella nada me puede pasar.
La palabra mamitis la viví a pleno las veces que me quise hacer la valiente y me quedé en la casa de alguna amiga. La pasaba bien, me reía, jugaba, pero lo cierto es que al meterme en una cama distinta a la mía y apagar la luz, quería llorar. Quien haya sentido mamitis sabe que no hay sentimiento más desestabilizante.
Esa palabra, que muchas veces se usa para desestimar a cualquier niño que siente necesidad de su mamá, también la uso para describir la sensación de vacío que me produce, por ejemplo, visitar algún pueblo en el medio de la nada (sobretodo en Estados Unidos); o ese sentimiento tan horrible del primer día de algo en la vida: de colegio, de universidad, de un trabajo. Mamitis también da cuando uno madruga tanto que le dan ganas de vomitar.
El otro día, mi hija de seis años se quedó abrazada a mi panza y dijo: “Mami, ésta es mi verdadera casa, me dan ganas de volverme a meter”. La entiendo y a mí también me gustaría a veces resguardarla adentro mío de las desilusiones de vivir en este mundo extraño. Ella ya conoce la palabra mamitis y le digo que a su edad es normal y sano sentir apego a mamá y papá. Porque si hay algo que no entiendo ni comparto es que se critique a un niño por querer estar con sus papás.
Pero hay que ver la controversia que eso causa para algunas personas que un chiquito quiera estar siempre con su mamá: “¿tan grande y pegado a la mamá?” “ ¡Pero si ya está viejo para eso!” le dicen a mi bebé de tres años.
No entiendo por qué hay que avergonzarse de querer estar con la mamá, ni a los tres años, ni a los seis ni a los cuarenta.
Pobrecitos, pienso. Será que nunca tuvieron una clave secreta con su mamá, una mirada de acuerdo para que ella diera el no rotundo a la pregunta de dormir en otra casa y preferir –sin vergüenza- el calor de la propia para dormir tranquilos.
Las fotos son de mi archivo personal y prohibo su reproducción sin mi debida autorización.
Hola!Totalmente de acuerdo contigo.Desde bebes la sociedad es muy cruel y quiere que sean independientes cuando son dependientes por naturaleza.La mentalidad deberia ser mas abierta y amorosa ya que muchos padres se dejan influenciar y se olvidan de lo mas imoportante:respetar a sus hijos inventando claves de complicidad como vosotras dos..En otras culturas saben la importancia del termino «mamitis» que no es despectivo sino todo lo contrario, muy positivo y desde el principio saben y favorecen esa conexion a traves de por ejemplo sus manos amorosas «https://indiateayuda.com/shantala-mas-alla-del-masaje-a-bebes-en-la-india/
Me gustaLe gusta a 1 persona