reflexiones, Vida espiritual

Irse

Alguna vez que estaba de visita en Colombia cuando llevaba ya 5 años viviendo en Los Angeles (California), me dio el ataque de no querer irme. Hablando con mi mamá de la angustia que me generaba volver mientras me cuestionaba mis razones para haberme ido, ella me abrazaba, también con los ojos goteando lágrimas. Porque llorar para  mi familia no es una vergüenza ni algo incómodo, es casi parte del ritual. Va de la mano con los apellidos.

Le decía a mi mamá que me sentía en parte sin casa, como sin lugar en el mundo, pues a pesar da amar y adorar a Colombia (mi país natal y de mis amores y afectos) y a pesar de disfrutar y querer muchísimo a Los Ángeles, sentía un desarraigo.

Creo que a todos los que nos vamos nos pasa. Un día volvemos a la tierra natal y sentimos que ya una parte nuestra no pertenece; un día la nostalgia idealizadora nos hace tropezar con todo eso que no nos gustaba del país natal; un día nos damos cuenta de que el país al que hemos ido a buscar aventuras o destinos, nunca será nuestro, o lo será a medias. Siempre nos sentiremos como un “outsider” alguien que mira de afuera, como caminando con el zapato que todavía no calza porque queda grande; y en parte el país natal se siente como el zapato que ya queda chiquito.

Estas contradicciones cambian con los años, a veces no se sienten; casi siempre volver a la patria es deleitarse con todo lo que uno añora y extraña; casi siempre Colombia que es un país que está lleno de flores y rosas no puede otra cosa que despedir el mejor aroma del mundo, o por si fuera poco, el de la infancia. La raíz. Son los olores de la memoria feliz.

Irse es un error o un acierto.

Si no hubiera tomado ese avión definitivo hace más de 15 años, no sería la persona que soy. Con mis nostalgias a cuestas, con mis cuestionamientos y arrepentimientos; con las ganas de siempre volver, de cercanía. Trabajar con la ilusión de comprar un pasaje en avión para ir a ver a mi familia, esperar desbordada de alegría sus visitas; las arepas santandereanas en la maleta de mis papás; el olor a mi casa, la casa original, donde nací, donde me abrí al mundo; la alegría de recorrer con ojos de adulta los lugares que me formaron también.

¿Irse es un error o un acierto?

Porque no se sabe nunca cuál es la casa con certeza. Ahora es Miami con su mar que adoro, pero siempre será Bucaramanga, donde hay en cada esquina de la casa de mis papás instantes de mi vida congelada; puntos de partida para la Ana que hoy soy. O Bogotá, donde pasé cinco años de mi vida, que no es poco… O Buenos Aires, por donde pasé como un rayo, pero aprendí tanto de mi. O Los Angeles donde viví  7 años, y las experiencias más formadoras de mi vida adulta y por eso la siento tan mía.

“Mami, ésta es mi casa, Los Angeles no es mi casa”.
“Mi amor, ¿dónde está tu cama? ¿en la que duermes más noches en el año?” me preguntó ella con su amor de siempre.
“En Los Angeles” respondí sin vocalizar.
“Entonces, esa es tu casa ahora”. Vete tranquila que esta casa tuya, la de aquí, siempre va a estar; siempre puedes volver.

Y así el tema del hogar, de la casa, es recurrente. Ahora que tengo hijos y tengo mi propia casita, mi hogar, mi lugar, mi cama invadida por los amores de mi vida, he entendido que en realidad la casa es donde está quienes más amas y por supuesto donde uno está…

“A donde quiera que vayas, ahí estás tú”, dicen por ahí.

Así que en realidad no importa el lugar físico de la casa, pues el hogar está adentro de uno mismo, en ese espacio sagrado y seguro al que siempre podemos volver al cerrar los ojos y respirar profundo en esos momentos de desarraigo. Hogar es uno mismo y los amores, certezas y nostalgias que llenan el alma y la cama. Aquí o allá, sin errores ni aciertos.

Foto vía Photopin Prayitno / Thank you for (12 millions +) view Sunset on a Jet Plane via photopin (license)

9 comentarios en “Irse”

  1. Ser de muchos lados y de ninguno, a menudo me he sentido así, pero al final siempre acabo llegando a la misma conclusión que tu has llegado, al final de cuentas no es el lugar el que te genera un arraigo, sino lo que tienes dentro de ti mismo, podríamos vivir en 20 diferentes países a lo largo de nuestras vidas, y mientras nos sintamos bien desde dentro, cualquier sitio podría sentirse como un hogar. Un abrazo desde Chihuahua, México linda 😀

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